martes, enero 29, 2013

¿Qué hacía Federica Montseny Mañé en unas jornadas del NPA?



En el curso de unas jornadas del NPA, los organizadores, en su afán de subrayar su carácter pluralista, habían colocado imágenes de revolucionarios y revolucionarias de los cinco continentes y de todas las escuelas, y no se olvidaron de Federica Montseny.
Me volví a reencontrar con Michael Löwy en el curso de la última visita de a Barcelona. Mientras deambulábamos por las calles del Raval, por un territorio que fue un vivero libertario, con paradas en el lugar donde asesinaron al “Noi de sucre”, para acabar en la librería “La Rosa de Foc”, Michael me pidió el parecer sobre un hecho que había tenido lugar en el curso de unas jornadas del NPA. Resulta que los organizadores, en su afán de subrayar su carácter pluralista, habían colocado imágenes de revolucionarios y revolucionarias de los cinco continentes y de todas las escuelas, y no se olvidaron de Federica Montseny.
Pues bien, resulta que su presencia provocó una protesta basada en el papel que había jugado durante la guerra civil española como ministra del gobierno del Frente Popular bajo el cual se inició la “normalización” liberal-republicana, su actuación “conciliadora” durante las jornadas de mayo, y seguro que, ya puestos, se podrían haber encontrados más reparos. Por ejemplo, su defensa de Nin y del POUM llegó más bien a toro pasado. Löwy me inquirió con mucho interés qué habría hecho yo, a lo que respondí sin titubeo que habría defendido su presencia, y me “las habría tenido” con los discrepantes. ¿Por qué?, pues por muchas razones. De entrada por la integridad de su trayectoria, Federica murió tan pobre como lo había sido siempre, no conoció cargos renumerados, y siempre fue una luchadora y una idealista. A partir de aquí, podríamos seguir hablando.
Estábamos hablando de Federica (Madrid, 1905-Barcelona, 1994), única hija y continuadora de una dinastía de escritores y publicistas míticos creada por Juan Montseny y Teresa Mañé, que la educaron al margen de la Iglesia y de las instituciones. Su crecimiento intelectual fue notorio, a los 17 años escribió su primera novela, y aunque su nombre no figura en ninguna historia de la literatura, produjo una obra que se diversifica en el ensayo y en la novela. Su firma y su palabra fue seguramente la más activa del anarcosindicalismo hispano. Su primera novela, Victoria, plantea su visión sobre la propuesta de la emancipación femenina. La protagonista se decide por el amor libre y por mantener su libre albedrío y estima el matrimonio como la tumba del amor. La siguiente fue una continuación, El hijo de Clara y en ella la protagonista renuncia al hombre, pero no al hijo convirtiéndose en una desafiante madre soltera. Mucho más autobiográfica sería La indomable (1928), que actualmente produce un cierto sonrojo, pero que se al camino de la “novela didáctica y ejemplar” abierto por sus padres, ambos eminentes divulgadores cuyas obras “llegaban” a miles de obreros y obreras que apenas si habían tenido acceso a la cultura escrita (tenían otra, la de la pobreza digna y solidaria).
Su poderosa voz sonó fuere, durante los años treinta, Federica enfrenta la Acracia naturalista y agraria contra la ciudad industrial embrutecida. En su opinión, no correspondía a las ciudades “marcar los comienzos de la ruta, sino objetivos revolucionarios. Ha de irse sobre ellas para arrastrarla”. El motor de la revolución se encuentra en la voluntad, y traduce esta por conceptos como hombría, la raza, la (presunta) idiosincrasia revolucionaria de los trabajadores españoles, etc. Afín a los planteamientos más revolucionaristas fue llamada Miss FAI por la tendencia trentista; se opuso con vehemencia a la propuesta unitaria avanzada por la Alianza Obrera en contra de los anarquistas asturianos que apostaron por una “Comuna” en la que cabían todas las fracciones, juntas contra el enemigo, respetuosas con la libertad de cada tendencia.
Fue una de las voces más potentes del Congreso de Zaragoza, celebrado mientras la contrarrevolución afilaba sus cuchillos. Defiende su esquema anarquista agrario sobre otro más industrialista y sindical; tratando de conciliar la «soberanía individual» con el sindicalismo comprendido como una forma de solidaridad social, y plantea como tarea inmediata la abolición del Estado y de la propiedad privada, para desarrollar en su lugar las “comunas libres” basadas en la organización libre y federada de los productores. El ideal, además de “responder a los afanes de todos los corazones, a la evolución moral y científica de la humanidad, respondía a la tradición de la especie humana, porque en un régimen de interés común vivía la gente antes de venir a perturbarla los sacerdotes, los generales, los caudillos, los jefes y los ambiciosos”.
Cuando estalla la sublevación militar-fascista, Federica interviene en las luchas callejeras de Barcelona, y cuando la CNT-FAI consigue imponerse en la calle, forma parte del petit comité que decide entre dos supuestas únicas alternativas, la de un “golpe de Estado” como el que atribuye al “estilo bolchevique”, y se encuentran al lado de la opción que cree que es posible hacer la revolución por abajo y colaborar con el Frente Popular por arriba. De esta manera, Federica será junto con Abad de Santillán la principal teorizante de la doble política de la CNT-FAI durante la guerra, una que trata de colaborar de manera posibilista en la reconstrucción del Estado y otra que desarrolla la «obra constructiva de la revolución», mediante la autogestión industrial y agraria. Cuando desde el Estado mismo se requiere la intervención anarquista incluso a través de gobierno, Federica es obligada por sus compañeros que no están dispuestos a participar sino ella no se implica.
Explicará desde un punto de vista muy personal: “Hija de una familia adherida al anarquismo desde muchos años, descendiente de una dinastía enemiga del autoritarismo (…), mi entrada en el gobierno tenía la fuerza de significar algo más que un simple nombramiento de ministro. Para nosotros, que siempre habíamos batallado contra el Estado; que siempre sostuvimos que el Estado no podía llenar ningún objetivo; que las palabras Gobierno y Autoridad significan la negación de toda posibilidad de libertad para el individuo y los pueblos, nuestra incorporación, en calidad de organización y como individuos, a un programa de gobierno, sólo podía significar un acto de osadía histórica de fundamental importancia o una corrección teórica, a la vez que táctica, de toda una estructura y de un largo capítulo de la historia (…) ¡Cuantas reservas, cuántas dudas, cuánta angustia interior tuve que vencer para aceptar esta tarea! Es posible que para otros esto llenara sus aspiraciones o supusiera la culminación de sus ambiciones. Para mí era, simplemente, una ruptura con toda mi actividad, con toda mi vida, con un pasado que va unido a la vida de mis padres. Fue algo que me obligó a realizar un enorme esfuerzo y que me costó muchas lágrimas. Y yo acepté. Acepté venciéndome a mí misma… Fue de ese modo como entré a formar parte del gobierno y me trasladé a Madrid…”.
El exilio le reservó su apuesta más prolongada y difícil. Sus padres, ya muy mayores, obviamente deshecho por la magnitud de la tragedia, no tardaron en fallecer. Federica n consintió en marcharse a Latinoamérica donde hubiera estado más segura y atravesó toda clase de vicisitudes en la Francia ocupada hasta la Liberación. Estaba convencida de que con ello vendría también la liquidación del franquismo. Con esta esperanza y con unos medios muy modestos, desplegó una intensa labor propagandística que tuvo una influencia muy limitada en el interior de España, al tiempo que se erigió en algo así como la personificación de la CNT de Toulouse.
Durante este largo periodo, Federica ofrece una explicación sobre el porqué perdimos la guerra que comprende elementos dispares sino contradictorios. De un lado no deja de argumentar a favor de su labor de buen gobierno, sobre sus esfuerzos positivos a favor de una mejor Sanidad Pública, sus medidas respecto al aborto y la racionalización del ministerio, o sea defiende que trabajó en un gobierno que era capaz de avanzar reformas parciales importantes. Pero no entra en su dinámica de fondo… Al tiempo, asume un cierto ángulo autocrítico que refleja la posición mayoritaria de su organización sobre este punto. Durante su mayor fervor posibilista.
Se ha hablado del “federiquismo”, como expresión del núcleo rector cenetista en el exilio al que se le atribuye la virtud de mantener la continuidad del grueso de la vieja guardia, pero entró en contradicción con el anarquismo del "interior", así como con la mayor parte de las nuevas generaciones conformadas mediante influencias muy diferentes a la que vivieron los grandes acontecimientos de los años treinta. Esta fase no es menos discutida que otras, pero el caso es que Federica sigue siendo un símbolo, alguien cuyo nombre aplican algunos empresarios contra las mujeres que protestan en sus empresas.
Y es que dentro de la CNT, Federica fue la excepción que confirmaba una regla en la que las mujeres carecían de representatividad en los órganos rectores, incluso en los más subalternos. Sus compañeros la aprecian y la admiran porque consideran que su valor es superior al de muchos hombres. Ella interpretó esta excepcionalidad como natural y no cuestionó el lugar de la mujer en la organización. Cierto es que su actitud ante el desarrollo de las “Mujeres libres” fue más bien de indiferencia. Federica rechazó despectivamente el “sufragismo” y el feminismo, considerándolos como concepciones burguesas e incluso reaccionarias…
Estamos pues hablando de una historia que no se puede juzgar a la ligera, sin hacerlo de todo el movimiento del que fue uno de los rostros más emblemáticos.
Por lo tanto, respondí a Michael, habría entablado una agria polémica contra las voces que creían que Federica no merecía un lugar en el Partenón revolucionario. Se trata de una biografía que únicamente se puede juzgar desde el respeto. Estamos hablando de una militancia que ocupa casi ochenta años de lucha idealista, de una mujer que fue perseguida, y que nunca se bajó del tren de la lucha. En su retrato no se encuentran el menor vestigio de las manchas oscuras que se pueden encontrar en la de Dolores Ibárruri, el otro símbolo femenino de la época. A partir de este reconocimiento se puede discutir lo que se quiera, sobre todos los trágicos errores de una sigla, de una generación que llegó muy lejos, pero que tuvo que enfrentarse a circunstancias abrumadoras, terribles. Cabría anotar que Federica fue duramente criticada ya en la época, recordemos la carta de Camillo Berneri, y lo siguió siendo después. Esas críticas se pudieron hacer de tú a tú, nada que no fuese su prestigio, la protegía.
Pero en ese debate habría que poner un espejo, ¿desde donde nos atrevemos a enjuiciar tan severamente a esta mujer? ¿Quiénes nos ha nombrado jueces de la historia? No estaría de más recordar que muchos jóvenes jueces de revolucionarios de antaño han acabado en la otra barricada, hay que ser más modestos pues. ¿Estoy diciendo que no hay que criticar?, en absoluto. Estoy convencido que más o menos severamente, según cada cual, semejante ejercicio se podía hacer sobre todos y todas las imágenes simbólicamente enarboladas por los amigos y amigas del NPA. Pero hay que hacerlo desde el reconocimiento, dialogando con la historia, en realidad con las historias. El mismo hecho de que Federica estuviese presente en unas jornadas del NPA era historia. Es más, era una historia que me gustaría que se repitiera por encima de los jueces sumarísimos.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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